martes, 29 de diciembre de 2009

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El espíritu Erasmus

Desde 1987, 170.000 universitarios españoles han participado en un programa educativo destinado a formar ciudadanos de Europa

LOLA HUETE MACHADO 17/10/2004


“Españoles. Italianos. Españoles. Belgas. Españoles. Ingleses. Españoles. La Mensa. Biblioteca di Lettere. Exámenes. Repescas. Ssshhhh, ‘están estudiando’. Viajes. Muchas visitas (‘en mi casa hay sitio’). Il Palio. Partidos de fútbol. Sobremesas en la Piazza del Campo. 100 kilos de pasta. 100 tortillas de patata. Dos intentos de paella. ‘He traído helado’. Litros de sangría (no digo cuántos). El carro de la compra (lo que dio de sí). ‘Nos hacen falta vasos…’. Fiestas. Vespa. Ciudad preciosa. Gente increíble. Año inolvidable. Erasmus 1999-2000. Siena (Italia)”.

Ésta es una carta entre el millar recibido en respuesta a la convocatoria de EPS. Unos 170.000 universitarios españoles han sido y son Erasmus desde 1987. Dos millones en toda Europa, de 3.000 universidades, de 30 países. Una beca nacida con una idea: crear ciudadanos europeos. Valoración de los lectores: se recibe poco dinero, pero merece la pena. Esta semana se entrega el Premio Príncipe de Asturias al Programa Erasmus. Por Lola Huete Machado.

Las cartas han sido casi mil, tantas que empezamos ya a creer que Erasmus somos todos, aunque desde que se puso en marcha el programa en Bruselas en 1987 hasta el curso antepasado hayan participado unos 170.000 estudiantes españoles (de un total de 1,5 millones, según el INE). Y si Gloria Merchán nos introduce, en la página anterior, en el gusto por ser y vivir en esa condición estudiantil, es Elvira Domínguez, desde Francia, la que mejor (entre otras muchas estupendas; imposible citar o incluir todas) sintetiza en su carta prospecto las características del Programa Erasmus. A saber. “Propiedades: fármaco de reconocida eficacia en la prevención y el tratamiento de la timidez, ñoñería, nacionalismo, racismo, chovinismo y otros males de orden social. Composición: estancia en una ciudad de la UE para continuar estudios universitarios. Indicaciones: favorece el aprendizaje de idiomas, la sociabilidad y el interés por la cultura, la tolerancia y el sentimiento de pertenencia a Europa. Posología: administrar al menos una vez en la vida, preferentemente en jóvenes. Presentación: estancias de 3 a 12 meses. Contraindicaciones: no descritas. Incompatibilidades: la relación sentimental en el país de origen puede resultar dañada, por lo que no se aconseja su utilización simultánea. Efectos secundarios: la lengua materna puede sufrir daños, así como cualquier tercer idioma estudiado (estos síntomas desaparecen al abandonar el tratamiento); puede producirse aumento de la asistencia a fiestas, de suspensos, promiscuidad, incapacidad de convivir de nuevo con los padres, crítica de las costumbres del país de origen, dependencia del correo electrónico, multiplicación de abonos a Europa 15, viajes por Europa para visitar a los amigos, idealización del medicamento. Precauciones: en algunos casos se ha descrito dependencia al tratamiento y depresión al abandonarlo; si es así, administrar viajes periódicos a la ciudad Erasmus hasta que la dependencia se atenúe. Advertencia: se han observado casos de pacientes que se instalan años en el país de acogida; algunos, definitivamente. Intoxicación: la intoxicación es rara, dado su elevado índice terapéutico. Sin receta médica”.

El Programa Erasmus (por Erasmo de Rotterdam) nació en la UE en 1987. El objetivo: impulsar la integración europea a través de la educación, apoyar la movilidad y el conocimiento, crear poco a poco una ciudadanía continental. Aquel año sólo 240 españoles se sumaron al programa; en el último curso contabilizado (2002-2003; del pasado aún no hay datos porque los alumnos “aún están regresando”, informan en la Agencia Erasmus) son ya 18.258.

Los más animosos históricamente han sido los estudiantes de Ciencias Empresariales, de Lingüística y Filología, y de Ingeniería y Tecnología. Por comunidades: Madrid, la más adicta, seguida de Cataluña, Andalucía y Valencia. Y los países de destino habituales: Italia, Francia, Reino Unido y Alemania. Extranjeros que vinieron a España el curso 2002-2003: 21.289. ¿Quién puede solicitar las becas Erasmus? Universitarios y alumnos de escuelas de arte o conservatorios. ¿Dónde? En las universidades, que son las que convocan plazas de acuerdo a convenios con centros europeos. ¿Convalidan estudios? “Reconocimiento de estudios es el término adecuado”, dicen en la Agencia, el organismo que se ocupa de la gestión del dinero y de aplicar la normativa de la casa madre, la Comisión Europea. Por eso conviene ir siempre “con un contrato de estudios firmado del centro de origen y destino”. Por precaución. El mínimo de estancia, tres meses; el máximo, un año. Y no se puede repetir.

Entre las cartas recibidas en EPS las ha habido de jóvenes y no tan jóvenes; de alumnos y profesores; de expertos que ofrecían sus publicaciones, como Lioba Simón (autora de El Programa Erasmus en España: balance de la movilidad universitaria) o Patricia Plaza (“Escribí un artículo en la revista de información general de la Universidad de Granada, Campus: ‘Erasmus, un programa consolidado’, número 81, páginas 16-17, marzo de 1994”). Y hasta políticos, como Óscar López Águeda, que fue Erasmus en Inglaterra y es hoy diputado del PSOE por Segovia. “La generación Erasmus ya está en el Congreso de los Diputados”, dice. De otro modo se ofrece Ana Pintos (“Me voy de Erasmus a Cagliari, Cerdeña, Italia, este mes…”), que sugiere seguirla en su beca para redactar luego su experiencia. Sandra Martorell tiene la misma idea: “Me encuentro ahora en pleno papeleo (el cual empezó hace cinco meses)… Permisos de residencia, cuenta bancaria en el extranjero… Es un averíguate la vida, por no hablar de la cantidad tan mínima que te dan de beca, 100 o 200 euros, cuando si te vas a otro lugar de España pueden darte 500. Ilógico”.

El dinero es la madre del cordero. Los hay, como Sara Romero, que empiezan: “Esto no es una beca, es una desgracia”. Pero en la Agencia Erasmus lo explican. “Se reciben unos fondos comunitarios que este año en España serán de 15 millones de euros. Hay países que optan por pagar más y mandar menos estudiantes. Nosotros optamos por repartir lo más posible”. Y señalan que las propias universidades de origen aportan dinero, también las comunidades autónomas e incluso empresas privadas. Hay que mirar siempre todas las opciones y posibilidades. Otro consejo de alumnos experimentados: consulta los foros de tu universidad, habla con otros.

Y no hay razón para desesperar: el objetivo del Erasmus es mover por Europa a tres millones de universitarios en 2010.

Superar una pérdida

José Martino Martínez (23 años). Torrelavega (Cantabria). Erasmus en Roma, 2001-2002

Mi beca fue más que decisiva en un momento en el que necesitaba creer en los sueños. Mi madre había fallecido de cáncer. Estaba destrozado, vacío. Me sentía muy viejo, desengañado, enfadado con la vida; un chico al que, con 20 años, un mal día se le robó la ilusión. Entonces llegó la gran oportunidad para reconstruirme por dentro: un año en Italia. La belleza del país, su gente, su lengua… me ayudaron a superar poco a poco la pérdida. Fue renacer.

Dos clases de personas

Aida Alba (26 años). Asturias.

Erasmus en Glasgow, curso 2000-2001

Una amiga mía me dijo: “En el futuro habrá dos clases de personas: las que se hayan ido de Erasmus y las que no”. Cuando oigo a los políticos debatir sobre si la construcción europea se cimentará en una hacienda o una política exterior común, pienso que Europa la harán los jóvenes que año tras año dejan sus prejuicios atrás para, con dos duros, coger las maletas y embarcarse en una de las más gratas experiencias. A algunos, el Erasmus les sirve para conseguir empleo, encontrar el amor, superar un bache, salir del armario, aprobar, descubrir que algunos alemanes tienen sentido del humor o que los italianos no siempre visten de Armani… A mí me sigue maravillando saber que podré leer el Da Vinci code de una sentada o que podría recorrer el mundo sin pagar hotel.

Un padre encantado

Ricardo Moreno Bordera

Erasmus: buena solución, aunque precarias las prestaciones. Dos de mis hijas han vivido con gozo su aventura: una, en Portugal, aprendió la lengua; otra se fue a Francia a hacer la tesina de su carrera, siguió en Francia, se hizo doctora y aprobó cum laude, trabajó en varias universidades europeas de investigadora de fondos marinos, y al final es curadora del Museo de Ciencias de París. Luego se ha casado con un francés, y eso que sólo fue a realizar la tesina. ¡Viva la Erasmus!

La familia Erasmus

Pedro Villa. San Pedro del Pinatar (Murcia). Erasmus en Hasselt (Bélgica), 1997-1998

Hicimos una piña de ocho personas, cada una de su padre y de su madre, y entre todos hemos conseguido mantenerla unida. Seguimos reuniéndonos todos los años. Y como una familia, vamos creciendo: las parejas se van uniendo al grupo. Y pronto empezará una nueva generación: los hijos Erasmus (por cierto, mi pequeña niña será la primera). Fui a terminar una carrera, a mejorar idioma y currículo, y me encontré con una segunda familia a la que quiero: la familia de Stokerijstraat, la calle donde estaba la residencia.

La vuelta al mundo

Natalia Contreras. Alicante. Filología

Hispánica. Macerata (Italia), 1990-1991

Dice Juan Bonilla que hay dos formas de volver a casa: darse la vuelta y dar la vuelta al mundo. Formé parte de la segunda expedición Erasmus de la Universidad de Alicante, cuando lo que tenía que ver con el programa era raro y escaso: dinero, información y experiencia. Fue suficiente para que mi punto de vista se moviera de lugar y descubriera que un tren que te lleva a 2.000 kilómetros te acerca asombrosamente a ti misma. Me quedé cinco años más, aprendí un idioma y una profesión, y nada menos que 14 años después sólo puedo decir que un 60% de lo que soy se lo debo a aquella aventura, y así se lo cuento a mis alumnos europeos, a las generaciones que han recogido el testigo.

Defraudada

Silvia Gómez. El Escorial (Madrid).

Erasmus en Alemania, 1999-2000

¿Es que nadie sabe cuál es la ayuda económica? ¿Y los problemas con que te encuentras después para convalidar las asignaturas cursadas en el extranjero? En mi época, hace cuatro años, esta dotación no llegaba a las 10.000 pesetas mensuales, cantidad que era ingresada en su mayor parte cuando el estudiante estaba ya de vuelta en España. Así que, si no habías encontrado trabajo allí desde España (difícil), o no tenías unos padres que te ayudasen durante los primeros meses (más difícil), o no habías pasado a engrosar las filas de empleados de McDonald’s o de Correos (más fácil), no había ni la más remota posibilidad de poder disfrutar de esta beca. Cuando regresabas a España te encontrabas con que algunos profesores te las convalidaban con nota máxima de suficiente. Por supuesto que mi estancia en el extranjero fue positiva, me quedé ocho años en aquel país y pienso regresar, pero no fue gracias a la beca Erasmus.

“The Erasmus spirit”

Ruth Sáez (26 años). Burgos. Educación Infantil. Erasmus en Leiria (Portugal)

Era nuestra frase, lo significaba todo. Éramos pocos (unos 25), salíamos juntos sólo por el hecho de ser Erasmus, hacíamos cosas que en circunstancias normales no haríamos (como autoestop). Los cumpleaños eran lo mejor, cuando escuchabas el “cumpleaños feliz” en tantos idiomas como nacionalidades presentes (para mí, el verdadero regalo).

Besos y ‘fondue’

Aurora José Cruz (23 años). Jaén. Química. Erasmus en Neuchâtel (Suiza), 2000-2001

“Not again!”. Geert volvía a dejar caer su trozo de pan en la fondue, por décima vez consecutiva, para robarme un beso. Fondue y vino blanco, nuestra cena social favorita. Nunca olvidaré los paseos en bici a orillas del lago de Neuchâtel, las montañas, el chocolate caliente en invierno, el té con nube por las mañanas, el sabor del gruyère, la experiencia científica tan llena de aportaciones personales, el calor humano. Conviví con nueve personas de ocho nacionalidades. Aprendí que hablar el mismo idioma no es siempre la clave del entendimiento.

Gracias, Erasmus

Jaime Echeverri. Becario en París

El primer día en la Universidad de Dauphine me invadió una sensación de desconcierto total, hasta que crucé la mirada con un compañero de clase que tenía la misma expresión de perdido que yo. Será de España, pensé. En un francés rudimentario me explicó que venía de Milán. Al rato se nos unió una pelirroja de Londres, y luego una chica de Francfort… La droga de conocer Europa y a los europeos se te mete enseguida. Al año siguiente, ya en Madrid, trabajé como becario en la Oficina Erasmus de mi Facultad. Al acabar la carrera frecuentaba los bares de Erasmus. Unos meses después ya estaba trabajando en París…, con novia sueca. Cuando me propusieron dar la vuelta al mundo no lo pensé dos veces: el sureste asiático, Australia, Nueva Zelanda, América del Sur, y ahora, en Vermont (Estados Unidos). Gracias, Erasmus.

La felicidad

Ana Alarcón. Estudiante Erasmus

en Aarhus (Dinamarca), 1998-1999

Creo que nunca en la vida había necesitado tanto que me oyera. Había hablado con ella el día anterior para darle el parte semanal, así que, la pobre, se extrañó un poco de que volviera a llamarla. “¿Estás bien…?”. “Sí, sí, mamá, sólo te llamo para decirte que soy feliz…, muy feliz”. Ella debía de sonreír, su tarea de progenitora se daba por culminada.

Mi vida inglesa

Miriam Caro. Castilla-La Mancha. Bellas

Artes. Erasmus en Manchester, 1999-2000

Estudié diseño de moda y artes interactivas. Tenía 21 años. El dinero de la beca se hacía escaso incluso para vivir sin lujos, pero recuerdo todo lo que tenía. Y era feliz. Esa casita en St. George Street. Mi lugar en clase, mi tutor, mis compañeros. Picadilly Center y su lluvia cosmopolita. Los e-mails. Las clases de inglés para inmigrantes. El olor a curry. Mi casera, que traía naranjas y chocolate. La amistad como sólo se puede entender entonces. Y el amor. Mi novio vino a verme, trayendo consigo víveres, jamón, leche en polvo. Pasaron los días muy rápido en mi vida inglesa.

El mejor año

Gregorio Calvente. Cádiz. Erasmus

en Lovaina (Bélgica), 1998-1999

Estaba incómodo conmigo mismo y decidí marcharme de Erasmus. En Granada me dieron la beca. La gente (mi psicóloga incluso me lo prohibió) y los que me rodeaban se quedaron atónitos: tenía la barrera del idioma, pues padezco sordera profunda. Me dificultó la comunicación, pero no me la impidió; allí eran muy comprensivos, deberíamos aprender. Entre cervezas, cenas, viajes y, por qué no, libros conocí a parte de mis mejores amigos. Desde aquel curso no sólo soy más gaditano, sino también más europeo y europeísta. Ahora oposito en el colegio César Carlos. Qué cambio. ¡Qué invento la Erasmus para el espíritu y la ciudadanía europeos!

‘Dizionario torino’

Eva Moreda. Ribadeo (Lugo). Filología Clásica. Erasmus en Turín, 2001-2002

Significado de Torino antes de 2001: la Fiat. Significado después: la fiesta de carnaval en casa de Anne-Lise y Nicoletta mientras fuera la nieve se ensaña con Turín; el concierto con el coro de la universidad; mis 24 alumnos de inglés del parvulario de San Salvario, especialmente Osama; aterrizar en Caselle tras las vacaciones de Navidad y tener la sensación de estar en casa; los conciertos de jazz del Piccolo Reggio; los muy serios y muy silenciosos dottorandi de la biblioteca del departamento de clásicas; no levantar la cabeza de los libros para preparar los temibles exámenes orales que me volvían el estómago del revés; aprobar el último, y despedirme de todos en la fiesta de cumpleaños de Pauline, y dar el último paseo a orillas del Po con Umberta, y salir al día siguiente…

El otro

Daniel Sanz Lozano (24 años). Burgos

Yo soy del otro lado. De los que nunca se la dieron porque nunca la solicitaron. Porque pensaron que nunca se la darían y porque si se la hubieran dado probablemente la hubiera rechazado. A ella sí se la dieron. Los dos tuvimos sensaciones entremezcladas, risas y llantos. De momentos graciosos, de viajes a verla en vuelos baratos, de abrazos y reencuentros, llamadas, cartas… Luego todo se acabó. A veces pienso que habría ocurrido igual aunque no hubiera estado de beca fuera, pero lo estaba. Desde entonces odio las becas que nunca solicité, odio los vuelos baratos y los aeropuertos, odio al tal Erasmus. Por cierto, a ella la sigo queriendo.

Tipología Erasmus

Patricia Plaza Arregui

Erasmus es la oportunidad para ser tú mismo/a. De repente te encuentras solo y te lanzas a mostrarte tal y como eres porque a nadie le importa. Y así surgen los tipos Erasmus: el que se lleva allí a España, aprende a hacer tortilla de patata, toca la guitarra y sólo se arrima a los españoles; el que echa de menos a mamá y no puede esperar a Navidad; el que se integra y se mete en la espiral del país. Yo exprimí la experiencia hasta convertirla en inolvidable. A veces aún me duele la melancolía.

La ‘abuela’ Erasmus

Patricia Badenes Salazar (29 años). Licenciada en Humanidades. Universidad Jaume I, Castellón. Beca en Toulouse (Francia), 2000-2001

Yo (en el centro de la foto) fui una Erasmus atípica. De entrada, esta experiencia me cogió mayorcita; siempre me quedaba a las puertas del descuento para menores de 25 años. Este contratiempo no sólo influyó en mi paupérrima economía, sino que determinó la forma en que los demás se dirigían a mí; Patricia dio paso a “la abuela”. Por suerte, este simpático epíteto sólo me acompañó en ese breve periplo por tierras toulousianas. Pero sí que era un poco abuela; las fiestas Erasmus se me quedaban grandes. Este hecho contribuyó a que rompiera otro de los mitos de estas alocadas vivencias: no me comí una rosca. La expresión “Erasmus = orgasmus” brilló, en mi caso, por su ausencia. Otro elemento que me convertía en original es que no era mi primera estancia en el extranjero. Pertenezco a la generación Erasmus en la medida en que comprendí el sentido de la amistad y de la solidaridad. Aquellos espaguetis establecieron entre nosotros un vínculo que ni los años ni los kilómetros podrán borrar jamás.

Mis vecinos del Este

Mónica Porcel Cots. Erasmus en Dinamarca

Desde que volví, miro de otra manera. En España vivo en una de esas ciudades que inmigrantes del este de Europa han elegido como destino. Siempre los vi como seres distantes. Pero en Dinamarca fueron mis vecinos de cuarto, pared con pared; pero también mano con mano, y ahora corazón con corazón. Ellos, con su tremenda iniciativa, y nosotros, con nuestras ganas de no perdernos una… En la foto, una playa nórdica ancha como un desierto.

Nos casamos

Jesús Floristán y Esther Colmenarejo

Otra cultura, otro idioma, otra sociedad. Cada día, una experiencia nueva, enriquecedora. Lejos de casa, nos dimos cuenta de la importancia de nuestra familia, del valor de la amistad. Hubo momentos duros: no es fácil llegar un día a París con dos maletas chapurreando francés, sin conocer a nadie, sin saber lo que te espera. Fuimos para una beca Erasmus y permanecimos tres años, viajamos por Europa y nos adaptamos a todo con una sonrisa y muchas ganas de vivir nuestra propia vida, sin estereotipos. Nos conocimos y enamoramos en París; ahora, casados, añoramos aquello. Hace unos meses, en nuestra boda, juntamos en Madrid a amigos de siete nacionalidades. Erasmus pasó, pero su espíritu queda para siempre: aquel tiempo marcó nuestra forma de ver el mundo.

Amigos para siempre

Irene Escudero Aras (24 años). Barcelona. Filología Inglesa. Curso 2002-2003, en Cork (Irlanda)

Partí de Barcelona con mezcla de emoción y cierto miedo. Y durante nueve meses no sólo asistí a clase, sino que pude viajar por Irlanda, uno de los países más hermosos que existen, con un montón de lugares para no perderse; un tópico eso de que sólo hay cerveza negra y vacas. Lo mejor que me llevé de la isla verde fueron los amigos; compartí piso con otras chicas –dos alemanas, una noruega, una italiana y una irlandesa; yo soy la más bajita en la fotografía–, y después de aquello seguimos en contacto, nos hemos visitado en nuestros respectivos países y planeamos nuevos viajes. También conocí a españoles. Muchos. La liábamos allí donde íbamos, y si organizábamos fiesta, se apuntaba todo el mundo. Por cierto, a las españolas se nos identificaba rápido. Éramos de las pocas que íbamos abrigadas de pies a cabeza, mientras las irlandesas salen a la calle con minifalda y top aunque diluvie.

Olivia (15 meses) y dos Erasmus

Médicos. Erasmus en Valencia, curso 1995-1996, y Bruselas, 1997-1998

Somos Patricia (española) y Florian (alemán); somos médicos y vivimos en Bruselas. El programa nos cambió la vida: somos pareja Erasmus, tenemos un bebé Erasmus –Olivia (que tiene 15 meses y es belga)– y seguimos trabajando en el hospital con estudiantes Erasmus que cada año encontramos y nos hacen añorar nuestra experiencia. Todo empezó en el curso 1995-1996, cuando Florian fue a Valencia a hacer cuarto año de medicina y yo le seguí a Bruselas dos años después. Decidimos quedarnos a vivir y a seguir nuestra formación de especialistas aquí. Ya llevamos cinco años. Nuestra visión de España, de Europa y del mundo se ha modificado al conocer a tanta gente de otros países y al poder disfrutar del privilegio de vivir en otras culturas. Y estamos agradecidos: sin Erasmus no seríamos las personas que somos ahora.

Sin rastro de Toulouse-Lautrec

Paloma García. Erasmus en París, 1999-2000. Facultad de Ciencias de la Información. Universidad de Sevilla

Aterrizaba en Orly desbordada de ilusión. Con una dotación económica de 20.000 pesetas al mes, mi ánimo para ir a París se debía entonces, en gran parte, a la chârme de la belle époque retratada por Steinlen o Toulouse-Lautrec que me había impactado tanto en las clases de Cartelismo Publicitario. Mis primeros descubrimientos en la Université Paris 13 Nord fueron sorprendentes: aprendí que ba suba ak jam significa hasta mañana en senegalés, que la Kabilia es una región independentista de Argelia y que existía un taller de cine, pero de Toulouse-Lautrec no encontré mucho. Conseguí alquilar una buhardilla cerca de Montmartre, pero tenía una portera que no ayudaba nunca a los vecinos inmigrantes. Rodé un cortometraje en pleno Quartier Latin. Y con el tiempo, París se me reveló un falso cliché, un inmenso espejismo cuando Toulouse-Lautrec apaga su bombilla roja.

Típica fiesta

Carmen Cardilla Cruz (23 años). Almería. Económicas

Yo viví esta experiencia tan enriquecedora el año pasado en Gante (Bélgica). Su ubicación, los mil Erasmus que nos mezclábamos entre sus habitantes y el que en ella se hablase, indistintamente, el inglés, el francés o el holandés me hicieron sentir que, efectivamente, viví en el corazón de la UE y de que esta última merece la pena. Compartí residencia con unas 500 personas procedentes de países como Cuba, Suráfrica, Rumania, Vietnam… Lógicamente, en este ambiente, los conceptos de fiesta, amigos, amor, idiomas, estudios, viajes y sobre todo intercambio cultural se disfrutan de manera extraordinaria. Cuando vuelves te sientes más humilde, pero también más seguro de ti mismo, tanto personal como profesionalmente, y eso se nota, y lo notan. El resto lo resume mi sonrisa cuando oigo la palabra Erasmus.

Cumpleaños a vista de pájaro

Felipe Bragado Centeno. Del grupo de Erasmus españoles en Delft (Holanda), 2004

Cuando te vas al extranjero por un tiempo, la gente que conoces y con la que convives diariamente se convierte en una segunda familia, y los lazos afectivos que se establecen entre todos son tremendamente fuertes. Aunque llega gente nueva continuamente, otra, desgraciadamente, tiene ya que regresar, pero su recuerdo queda muy presente en los que se quedan. Macarena, de Vigo, regresó a España en marzo de este año tras seis meses en Delft (Holanda) con una beca Erasmus. En junio fue su cumpleaños. La fotografía muestra la peculiar forma en que sus amigos Erasmus que continuaban todavía en Delft la felicitaron y se acordaron de ella en este día tan señalado. Los ingredientes: unos cuantos CD, ropa, bolsas, cojines, un piso de estudiantes de siete plantas, siete amigos muy flexibles, otros dos ayudantes técnicos y mucha imaginación.

Todo se engrandece

Eva Cervera. Gante (Bélgica)

Viví un año vertiginoso, con frágiles sentimientos a flor de piel que luego se convirtieron, muchos, en duraderos. A veces me parece que en nueve meses se concentraron todas las sensaciones, positivas y negativas, que cualquiera vive a lo largo de su vida. Todo se engrandecía. Y aún hoy, al escuchar las canciones que sonaban al reunirnos, sólo recuerdo buenos momentos. Las consecuencias de esa época aún subsisten. He hecho de viajes e idiomas mis aficiones, y todavía quedan esos siete u ocho amigos incondicionales y una persona especial… Me enorgullece decir que cambié, que entendí que los pequeños detalles también cuentan, y que la amistad y la familia son intercambiables. Siendo Erasmus, tu familia se convierte en tu amiga, y tus amigos, en tu familia.

Minicocina para 12

Alba Criado Álvarez (21 años). Santander. Erasmus en Karlstad (Suecia), 2003-2004. Licenciatura de Comunicación Audiovisual en la UPV

Aún no sé si haber sido estudiante Erasmus me abrirá más puertas, pero lo que sí puedo afirmar es que la experiencia me ha cambiado como persona. En mi maleta de vuelta no sólo traje los abrigos, guantes y bufandas que me había llevado para aguantar el frío, sino que volvía cargada de experiencias. La cantidad de tortillas de patata que preparamos para la cena intercultural, la fiesta de pijamas que organizamos en la cocina de la residencia o las barbacoas a las once de la noche bajo la luz del sol de medianoche son recuerdos imborrables para mí. Haber compartido con otras 11 personas de otras nacionalidades una minicocina diariamente durante casi doce meses me ha ayudado a huir de los tan injustos estereotipos y prejuicios. Como Erasmus, estudias lo justo; pero aprendes cada día más. Único inconveniente: la cuantía de la beca sólo me servía para cubrir gastos la primera semana.

Rembrandt y el marido

Icíar Rivas Mantecón. Santander. Filosofía y Letras

Era 1990, yo tenía 22 años y estaba en quinto de carrera. Fui dos veces. La primera vez, a Leiden (Holanda). Recuerdo que mi padre lo buscó en el diccionario y me dijo que por lo menos supiera que Rembrandt había nacido allí. Meses más tarde, a Leicester (Reino Unido), una de las ciudades con más habitantes indios (de la India, no comanches) de Inglaterra. En mi Santander natal no habíamos visto a un indio en la vida, pero allí me acostumbré. Si algo aprendí, aparte de un poco sobre Russian Economic and Social History, es cuánta gente diferente hay en el mundo y a la misma vez igual. También recuerdo que sin la ayuda de mis padres no hubiera podido: la beca da para poco. Lo más romántico: conocí a Matthew, que hoy es mi marido y el padre de mi hijo.

Un piso en Madrid

Fabio, Nera, Thibaud, Christian y Arianna. Erasmus en Madrid, 2004-2005

Viven en pleno centro. ¿Cómo se las han ingeniado para conseguir la casa? Los franceses, Thibaud y Christian, por Internet; los italianos, Fabio y Nera, por el boca a boca. Arianna tiene una ventaja: estuvo el año pasado de Erasmus. Este año repite, está haciendo su tesis. La historia de Nera es un trabalenguas: “Yo llegué a esta casa porque Arianna es la amiga de la hija de una cliente de mi padre”. La casa sólo tiene un problema, y no es el precio, al menos para ellos. Pagan 360 euros por habitación. Su problema es el casero. En el punto 17 del contrato se lee: “Quedan prohibidas las fiestas”. Hoy están contentos. Han hecho su primera compra juntos. Han descubierto el Día. Pronto comenzarán las clases. Pero venir a España no es sólo por razones académicas. Todos coinciden en que es el paraíso de los Erasmus. Elvis Santos.

Otro en Alemania

Elena Monteagudo. Unav. Erasmus en Mannheim (Alemania), 2003-2004

Aunque los Erasmus tienen fama de trabajar poco, algún trabajillo siempre hay que hacer. Éste es nuestro piso. Recuerdo que al hacer la maleta, a finales de agosto, mi madre me dijo: “Ahora lloras porque no quieres ir, luego no querrás volver”. Yo me imaginaba un año en Alemania, sin conocer a nadie, sin dominar el idioma. No me apetecía, pero sabía que iba a ser bueno para mí. Ahora no tengo más que gratos recuerdos, y hasta lloro porque me gustaría seguir allí. No es sólo por viajar o conocer gente, es porque abres la mente y sientes que tu vida cambia, que lo que ocurre en otros países te interesa, que puedes tener amigos de otras nacionalidades, que todos somos muy parecidos. Es romper estereotipos, enamorarte, aprender recetas nuevas y saludos en muchos idiomas, sorprenderte cada día. Debería ser obligatorio para todos.

He crecido tanto

Emma Suárez. Tres meses en Cardiff (Gales, Reino Unido)

He regresado hace tres semanas. Estuve haciendo prácticas de laboratorio en la Facultad de Farmacia (no ha sido lo típico de cursar asignaturas). He crecido tanto profesional como personalmente. He convivido con gente de todo el mundo (estoy de frente, en la foto); mis compañeras de casa eran de China, Pakistán, Francia, Colombia…, y a pesar de eso nos hemos entendido. Cada uno hablaba de sus costumbres, su religión, sus inquietudes… Organizábamos cenas internacionales, en las que cada uno cocinaba algo de su país, y sesiones de cine… ¡Hay que vivirlo!

El colchón de un amigo

Nacho Alegre. Barcelona. Erasmus en Hamburgo (Alemania)

Cuándo llegué estaba un poco tirado. Todo me deprimía (Hamburgo en invierno no es la ciudad más alegre del mundo). Además, en mi habitación no tenía nada más que un colchón y una silla muy pequeña, no tenía amigos ni dinero, no sabía hablar alemán y la uni no había empezado: vaya, no tenía nada que hacer allí… Me fui a Amberes, a casa de una amiga, harto de estar solo, y cogí fuerzas. La foto del colchón es en mi cuarto; lo menos que se puede decir es que era modesto. Éste es Jordi durmiendo en mi cama. Vino a visitarme haciendo escala en su viaje.

Diez metros cuadrados

Blanca Gómez López. Madrid. Erasmus en Toulouse, 2002

Un lavabo. Me pasé un mes usando el tapón al revés. Estaba igual de perdida ante él que ante un mundo nuevo. Una mesa. Ha sostenido jamón de casa, kebabs de la esquina, alguna pareja ítalo-finlandesa. Muchas fotos. Me gusta ésta, la de la fiesta en el chez tonton, de las caras sonrientes.

La entrega del Premio Príncipe de Asturias se celebra el próximo 22 de octubre. Otras cartas de los lectores se pueden consultar en: www.elpais.es.


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